jueves, 12 de agosto de 2010

Morir Riendo.

Se sentó el filósofo anciano a escribir en su diario. En aquel momento, recordó que había olvidado toda lengua que sabia; que no podía escribir mas en ninguna de las 9 lenguas en las que era fluido hasta ayer.
La desesperación no era la misma que sintió cuando supo esto; ya no sentía la misma furia consigo mismo y con el mundo que lo carcomía después de las 5 de la tarde ayer- cuando olvido toda lengua, toda oración, todas las letras de los diferentes alfabetos que de memoria recitaba con placer infantil. Ahora su desesperación era una mera ilusión. Ya había aceptado su condición de iletrado moribundo.

“Querida,

No te olvides de traerme el libro de Borges que tengo en la biblioteca de mi casa de campo.

Tuyo,

Amador.”

Fueron estas las ultimas palabras que pudo escribir, con su mano un poco trémula y moribunda. El ya sabia de esta condición; le habían dicho treinta años atrás, que a la edad de 123 iba a olvidar toda lengua.

“EL tercer mes del año ciento veintitrés, olvidaras toda lengua aprendida. Tu deseo de saber te ha llevado muy lejos y debes ser castigado por tu infame curiosidad. Tu sed de conocimiento te ha maldito.”- le dijo un anciano ciego en la calle 23 de aquella ciudad oscura y poliglota.

El anciano río locamente y se fue corriendo. En aquel momento fue arroyado por un bus que por ahí pasaba y su risa se convirtió en mensaje de muerte.

Ahora, mientras se intenta parar aquel anciano de su escritorio, recuerda que por lo menos puede recurrir a la risa, y ríe con pasión.
Su filosofía de ahora en adelante, mientras se acuerda que debe morir, será la simple risa. La risa como argumento ontológico, la risa como signo moral kantiano, como ironía pura y santa. La risa como antitesis. Si! Esa será la filosofía de este hombre moribundo y maldito.

Pero como él pondrá su risa en papel para publicarla? No es posible hacer esto en un mundo de intelectuales ignorantes. Su filosofía seria entonces como la de Sócrates, el nunca escribiría su risa. Seria su secreto, su humilde y petulante secreto. El secreto que lo salvaría de su maldición-de su longevidad. “Si río”-pensó, pero sin palabras “podré al fin morir”, podré ser inmortal y morir por fin.

Rio y luego se entrego al placer de la muerte, del olvido, de la eterna sumisión. De la nada.

Rió y murió.
Rió y vivió.
Dulce filosofía de deliciosa muerte. OH! Que dulce sabe tu hiel.